Tema 2: El Marco Común Europeo de Referencia para las Lenguas. Objetivos, métodos y prioridades de la política lingüística europea

¡Hola, blogger@s!

En la última clase con la profesora Carla Bouzada hablamos del tema 2, concretamente del Marco Común Europeo de Referencia para las Lenguas (de ahora en adelante MCER). Este documento, del que haré una breve recapitulación, ha hecho que me acuerde de un concepto que en su día traté escuetamente en mi Trabajo de Fin de Grado, pero que me parece muy interesante en nuestro ámbito docente. Este concepto al que hago referencia es la native speaker fallacy, de la que versará la entrada de hoy.

Pero lo primero es lo primero. Os informaré un poco sobre qué es el MCER para refrescaros lo que se comentó en el aula. El MCER es, como su nombre indica, un marco de referencia utilizado para describir el dominio de una determinada lengua a través de la descripción de destrezas de carácter diverso. Este marco, desarrollado por el Consejo de Europa en los años 90, se ha convertido – casi de manera imperceptible – en un documento al que todos hacemos continua referencia para describir nuestras competencias y capacidades lingüísticas en las lenguas extranjeras. Así, hemos dejado de decir “tengo un nivel intermedio”, para hablar más de “tengo un nivel B2”. Con este cambio, se ha reducido por tanto la subjetividad previa mediante la concreción de las destrezas y competencias específicas de cada nivel lingüístico. Como comentamos en clase, una de estas destrezas hasta hace poco consistía en desarrollar una pronunciación nativa. Por suerte, con la última reforma del marco, este termino de “natividad” fue eliminado. Sin embargo, no se puede negar que este concepto sigue muy presente a la hora de aprender un idioma, tal y como queda establecido por la gran cantidad de vídeos sobre como hablar como un nativo.

Es precisamente esto último lo que me lleva a querer hablar sobre la native speaker fallacy, noción acuñada en 1992 por Robert Phillipson. Os pondré al tanto sobre el significado de la misma. Como sabéis, se lleva mucho tiempo creyendo que el profesor o profesora ideal para impartir un idioma extranjero es aquel o aquella que procede del país de la lengua meta. Es decir, alguien nativo. En la misma línea, muchos consideran que todo aquel que no sea hablante nativo no tiene la competencia comunicativa suficiente como para enseñar el idioma en cuestión (Firth & Wagner 1997). Una vez dicho esto, aunque no hayáis escuchado hablar de esta falacia, seguro que estáis familiarizados con su significado. Estoy segura de que como estudiantes todos hemos tenido profesores o profesoras a quienes se les criticaba por su acento: “no tiene acento y así no voy a aprender”, “con ese acento español a ver quien aprende”, y otras muchas afirmaciones similares. En otras palabras, incomoda e incluso molesta el tener docentes no nativos. Con todo, se suelen pasar por alto las consecuencias de dichas creencias: los y las docentes acaban pensando que si no tienen esa competencia comunicativa nativa demandada, e imposible de adquirir, no serán lo suficientemente competentes para enseñar un idioma diferente al de su lengua materna.

En esta misma línea, decir que quien imparte una asignatura de lenguas extranjeras es de origen nativo es una manera de, digamos, atraer a la clientela. En mi caso, tanto en el colegio como en academias, me he encontrado con auxiliares nativos a los que admiraba solo por el hecho de serlo. Para mí, el hecho de venir de ese país cuya lengua estaba intentando aprender era una justificación más que válida sobre por qué ese docente ejercía bien su profesión. Sin embargo, ser nativo no implica ser un docente excelente, como seguro habéis comprobado alguna vez. 

Para entender mejor todo esto, pongámonos en el lugar de esos docentes nativos. Imaginaros que un Erasmus que está aquí en España os pide clases de español por el mero hecho de ser españoles. ¿Seríais capaces de enseñarle?, ¿sabríais como enfocar vuestra enseñanza para que hubiera un aprendizaje efectivo? En mi caso, no sería capaz. El hecho de saber hablar español, aplicando las diferentes reglas y demás de manera inconsciente, no implica que sepa explicar su funcionamiento. En otras palabras, el hecho de saber comunicarse en una lengua no cualifica directamente para enseñarla. Se necesita entrenamiento y práctica, y no “natividad”. 

Una vez dicho todo esto, ¿cuál es la solución?, os preguntaréis. Pues bien, en 1967 – en efecto, el problema viene de lejos – el fonetista David Abercrombie estableció que lo principal para comunicarse en un idioma extranjero era, precisamente, comunicarse de manera clara y entendible. Esto quiere decir que pese a nuestros acentos – que no tienen absolutamente nada de malo, por mucho que se diga lo contrario – no se necesita ser nativo o nativa para llevar a cabo la enseñanza de lenguas extranjeras. Evidentemente, no se pueden ignorar aspectos lingüísticos como la fonética o la entonación, entre otros, del idioma en cuestión, pero el objetivo principal no debería estar enfocado a la búsqueda continua de esa perfección que nos lleve a una pronunciación nativa, sino a la búsqueda de una pronunciación inteligible.

A modo de conclusión, espero que este artículo os haya hecho reflexionar sobre las competencias que realmente nos hacen hablantes capaces de lenguas extranjeras, en este caso centrándonos en lo que respeta a la pronunciación y al acento. Así, tanto docentes como alumnado tienen que dejar de lado esa creencia en la que solo un acento nativo hace un buen hablante o un buen profesor. Para terminar, como siempre, me gustaría saber que opináis al respeto de lo dicho, por lo que no dudéis en comentar. ¡Hasta la próxima entrada!

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